jueves, 10 de marzo de 2011

Las dimensiones del teatro

Un hombre grita en el tren, dice que va a morir en dos meses y clama, y estas son sus palabras, por un corazón noble que, entre todos nosotros que le contemplamos impasibles, se conmueva por su miseria y le de unas monedas. Con la voz desgarrada repite que no quiere limosna, sólo encontrar un corazón noble que se apiade de él. Y va contando los euros que le faltan hasta llegar a los 20, cifra que por alguna razón que no llego a escuchar, necesita desesperadamente alcanzar. Siete con veinte, seis con cincuenta, seis y se le caen las monedas al suelo y apenas puede agacharse para recogerlas, cinco, cuatro con cincuenta, cuatro con cincuenta, cuatro con cincuenta…al llegar a los cuatro con cincuenta ya ha recorrido todo el pasillo y se queda estancado en la cifra. Cuando pasa por mi lado miro para otro lado, aunque él ni siquiera parece haberse percatado de mi presencia. Por fin, se aleja.

En frente mío un adolescente escucha su mp4 a todo volumen, una machacona música tecno con la que atormenta a todo el vagón, y, ajeno a todo lo que sucede, sonríe inescrutablemente.

jueves, 29 de abril de 2010

Al final, sólo hubiera cambiado un pequeño detalle.




Hubiera querido vivir.

Hubiera querido ser capaz de sentir de verdad, amar hasta no poder soportarlo, estremecerse en las cosas pequeñas, aferrarse a los instantes, gritar de placer y miedo, despertar, conmoverse ante lo inútil de la belleza, sufrir el dolor del mundo y el tic-tac de los relojes, morir, dejar que el deseo la alcanzase como un rayo, prender, abrasarse, estallar con el vacío y consumirse hasta quedar reducida a un montoncito de cenizas antes de que llegue el viento. Después, ser nada. Y entonces, sólo entonces, creer.



martes, 27 de abril de 2010

El final del futuro.

“Hay mareas que cogidas al vuelo llevan a la fortuna;
omitidas, llevan al rumbo de bajíos y toman puerto en la miseria.”

(William Shakespeare)

 
“ La era de las dilaciones, de las medias tintas, de los expedientes moderadores y que sólo ponen trabas está llegando a su fin.
 En su lugar, nos adentramos en la era de las consecuencias.”

(Winston Churchill).

A cada instante el mundo está cambiando. La realidad de hoy nunca ha sido la realidad de mañana, y sin embargo, actualmente la transición entre lo que es y lo que será sucede a tal velocidad que apenas tenemos ya tiempo para asimilarlo. La historia de la humanidad, seis millones de años de paso firme hacia el futuro, parece precipitarse ahora en una desenfrenada carrera hacia la más absoluta incertidumbre.

Desarrollamos la industria, la técnica, la tecnología; creíamos haber encontrado la llave de la libertad, la ambicionada emancipación de la servidumbre de la naturaleza. Creímos poder hacer nuestra la tierra, explotar y producir hasta el último grano de trigo y aún seguir enriqueciéndonos gracias a la diosa ciencia y a la omnipotente tecnología. Frente a la enfermedad, vacunas; frente al hambre, producción en masa; frente al vacío, frente al misterio de nuestra existencia, riqueza, propiedad y consumo; y la muerte, la última maldición que Occidente y su técnica no han sido capaces de vencer, quedó relegada al silencio de una aséptica sala de hospital, lejos de nuestra pretendida invulnerabilidad, lejos del brillo de las calles del bienestar.

Hoy, para el club de los ricos que escribimos la historia, las fronteras se disuelven en la imparable marea de la globalización, la democracia online es nuestra, Internet nos acerca las cumbres más remotas a un click de Google Earth, . No existe el misterio, no existe Dios, no existe el miedo, el placer se puede comprar en botellas de Coca-Cola, siempre seremos jóvenes, la muerte es algo que les ocurre a otros, ¿culpabilidad ante nuestra suerte? basta con apadrinar un niño en Mali....en definitiva, la felicidad nunca fue tan barata. El mundo es perfecto para nosotros, y estábamos dispuestos a pagar por ello con el fin de la humanidad.

Sin embargo, el espejismo se rompe, y poco a poco comenzamos a desperezarnos de nuestro ciego egoísmo. Nosotros, que nos creímos impunes, empezamos a pagar las consecuencias de nuestros actos. La realidad que hemos construido se tambalea, el orden establecido se desmorona, golpeado por crisis económicas globales, desastres naturales, injusticias sociales sin precedentes, y entre todos ellos, la más grande crisis medioambiental a la que la humanidad ha hecho frente jamás, capaz de precipitarnos hacia el colapso en cualquiera de sus formas, empezando por el cada vez más mediático calentamiento global.

La crisis medioambiental no es sino el catalizador, la punta del iceberg de algo mucho más profundo. La crisis es el detonante del cambio, la bofetada necesaria para despertar a una especie dormida en su propia autodestrucción. Evolucionar o morir. Los cambios se suceden cada vez más deprisa, la tecnología, las fronteras, las ideas se suceden a una velocidad imposible. No hay tiempo para pensar, no hay tiempo para asimilar nada. La humanidad será capaz de adaptarse, o simplemente, no será.

¿Seremos capaces entonces de sacrificar nuestro bienestar suicida en aras de la supervivencia de la especie o preferiremos permanecer ciegos, quemando cinco mil años de Historia en el fuego de una noche?.


La paz perpetua no existe. No ha habido épocas en las que la humanidad no haya tenido que luchar por su supervivencia, que no haya tenido que enfrentarse a las más diversas amenazas con la ayuda de su única arma, la inteligencia. El hambre, la enfermedad, el clima e incluso sus propios congéneres son los grandes males que siempre han hostigado a la humanidad, y que por tanto, la han permitido llegar a donde ha llegado, pues es en la adversidad, y este es el punto clave de nuestra argumentación, donde se crece. En busca de tierras más favorables, de recursos más abundantes, el hombre abandonó las llanuras de África que le vieron nacer y comenzó su diáspora por el globo; tratando de mejorar sus condiciones de vida inventó la agricultura, creó ciudades, organizó gobiernos; ante el peligro de la ignorancia, buscó la educación; y haciendo frente a la enfermedad que lo diezmaba desarrolló la medicina, inventó el jabón y desarrolló las vacunas. Cuando no hay peligro tampoco hay respuesta, pues no es natural al hombre esforzarse sin esperar resultados.

Sin embargo, nunca antes en la Historia el hombre había tenido tanto poder, y por tanto nunca antes había corrido tanto peligro. Es paradójico, cuanto mayor bienestar, cuanta mayor calidad de vida ( o al menos lo que hemos querido entender como calidad de vida, puede que erróneamente) hemos conseguido, mayor se ha hecho también el riesgo de destruir todo lo conseguido. Por fin la humanidad no está a merced de los caprichos de la naturaleza, por fin, tras millones de años de esfuerzo, de sufrimiento, ha conseguido dar un paso más allá en la evolución y controlar, al menos en una parte del planeta, todos esos grandes males gracias al progreso técnico, sustituyendo el hambre por sobreabundancia y la enfermedad por alta esperanza de vida. Desgraciadamente, hemos errado el modo, y las consecuencias son el colapso actual del sistema.

Actualmente nos encontramos con una escenario trágicamente desalentador. La humanidad ha sobreexplotado los recursos naturales de los que le proveía la tierra a un ritmo demencial, imposibilitando su recuperación. El sueño idílico del desarrollo industrial ilimitado de Occidente ha mutado en la pesadilla del calentamiento global, proceso ya sólo mitigable, pues hemos cruzado el límite de su irreversibilidad. La superpoblación se extiende como una plaga, un cáncer de seres insaciables que amenazan con destruir el agotado ecosistema global ya incapaz de mantenerlos. La brecha entre el Norte y el Sur se hace cada día más profunda e injusta, ya que ante los terribles problemas medioambientales provocados por Occidente las primeras víctimas son los países subdesarrollados, indefensos ante las catástrofes naturales, las sequías y el hambre que les devora por dentro cada vez más; mientras economías emergentes como la china o la india, antaño esclavos de Europa, reclaman con justicia su lugar en el club de los ricos que tanto tiempo les ha sido negado, a pesar de que el modelo de crecimiento es insostenible y que es precisamente ese tipo de desarrollo el que nos lastra.

Paralelamente el sistema capitalista occidental, que fue la panacea de todos los males de la humanidad, atraviesa su mayor crisis hasta la fecha, no sólo económica sino ideológica, atravesando una desgarradora crisis espiritual y de valores. Es curioso señalar que esta ausencia de códigos morales, el relativismo moral y la falta de principios y de altas causas que seguir, es propia de las civilizaciones en decadencia, y es que, si bien esta crisis, por su particular idiosincrasia, puede suponer una diferencia cuantitativa respecto a todas las anteriores, no inventamos nada, decenas de civilizaciones previas vivieron su ciclo de gloria, decadencia y olvido; y de hecho, no es difícil observar las similitudes ente el momento histórico actual y el que se vivió por ejemplo, durante la decadencia del Imperio Romano previa a su caída, con las grandes bacanales en las que ingentes festines y desenfrenadas orgías eran consumidas para aliviar un vacío imposible de llenar. De este modo, también la sociedad del mundo desarrollado sufre el síndrome de la jaula de oro, ya que con todo lo que quiere a su alcance, dueña y señora del mundo, sufre cada vez más, abarrotando las consultas psiquiátricas y los índices de suicidio, importando filosofía (como la moda del pseudo-zen-espiritualidad-oriental occidentalizada) de culturas ajenas para suplir el vacío espiritual de la propia. Es la cultura del consumo más descarnado, en la que los individuos, consumidos por su propio consumismo, valga el juego de palabras, no son más que fuentes de ingresos navegando a la deriva en un mar de reclamos publicitarios que se afanan en venderles un sucedáneo de vida. Sin religión, sin política, sin filosofía, sin ideas. No hay más valores que los de los del mercado: fugacidad, instantaneidad, insaciabilidad, dinero, onanismo, pos-modernismo, fama , los 15 minutos de gloria llevados al paroxismo. Pero el hombre es hombre en la medida en que es consciente de su propia condición, de la increíble grandeza del misterio de su existencia, de que al final no es más que una pregunta en remoto un planeta cálido perdido en la gelidez de espacio, vagando hacia los confines del universo. El hombre es hombre porque mira al cielo en busca de respuestas, porque es capaz de amar, de crear, de producir arte, de llorar, de imaginar, de soñar hacia el futuro; el hombre no es ni será nunca un mero instrumento, una mera máquina de consumo cuya única razón de existencia es aumentar los dividendos económicos; y cualquier sistema así planteado, si bien será capaz de saciar nuestras apetencias inmediatas, no producirá a la larga sino sufrimiento, pues atenta contra nuestra propia naturaleza.

Por lo tanto, ha llegado el momento de replantearnos si era éste el progreso que queríamos, si era así, a este precio. No podemos ni debemos renunciar ahora a todo lo que hemos conseguido, sería ridículo pretender volver ahora a la Edad de Piedra. La cuestión es entonces si realmente hemos alcanzado ya un desarrollo válido y completo o ésto no son sino los difíciles preámbulos de algo más profundo y complejo, el verdadero siguiente paso en el desarrollo de la especie humana. Pues quizás, al fin y al cabo, la realidad sea la que enunció Edgar Morin: “creímos que la técnica nos salvaría del subdesarrollo y sin embargo, lo subdesarrollado era nuestra visión del mundo.”



Bien, una vez planteado el escenario sobre el que nos movemos la pregunta que queda hacerse es: ¿qué podemos hacer?. Parece ahora claro por qué el problema de la crisis medioambiental es en realidad un problema mucho más amplio y complejo, que engloba no sólo a ciertas amenazas medioambientales que nos afectan actualmente sino a nuestra manera de entender el mundo y a nuestra forma de relacionarnos con él y con nosotros mismos. Por lo tanto, al plantearnos cómo se debe gestionar y subsanar la crisis medioambiental es imprescindible tomar consciencia de ésto y aprovechar la oportunidad que se nos brinda ahora para plantar la semilla del cambio antes de que sea demasiado tarde.

Así pues, parece que ahora, cuando la sociedad va tomando paulatinamente conciencia de la gravedad de la situación en la que se halla, parece estarse instaurando la moda de lo ecológico, en un sentido sesgado e interesado del término. Pero la ecología entendida como gente proclamando el regreso a la madre tierra mientras devoran yogures de tofú, no es más que un cliché que ha de ser abandonado. La ecología no es ya un asunto de hippies trasnochados es idealistas, es una cuestión de supervivencia que pasa por replantearnos nuestra posición en el sistema del que formamos parte. Estamos en el límite, en la cuerda floja, inmersos en las fronteras del cambio. Si nos sobrevivimos, la historia verá nuestro tiempo como uno de los mayores puntos de inflexión de la humanidad, como el nacimiento de una nueva era. No basta pues con un nuevo capitalismo eco-friendly, la cuestión es mucho más profunda. No basta con consumir productos reciclados, con compararse un Toyota Prius, ropa de marca de algodón orgánico y lavarse las manos con jabón 100% bio. Es necesario, no suficiente. No podemos verlo ahora, como no pudieron ver en la Antigua Roma precipitarse hacia el abismo la gloria de siglos. Pero como ya hemos comentado, no estamos tan lejos de los grandes bacanales, de las orgías auto-destructivas en las que se gestaba su caída. Ahora despertamos, ahora, con el dolor del parto, nacemos a la verdad que hemos estado esquivando, que somos parte de un sistema, que somos vulnerables, que, tal y como enunció Séneca, “ si una parte del todo cae, lo que queda ya no estás seguro”.

Por supuesto que no es fácil afrontar la situación, por supuesto que requerirá esfuerzo y sacrificio. Al fin y al cabo la humanidad no es en última instancia sino un animal más luchando por sobrevivir. Toda conciencia ecológica sería en vano si nuestra propia existencia no corriera peligro. Siendo realistas, seríamos capaces de sacrificar a cualquier especie en aras de nuestro bienestar económico. Pero esta vez somos nosotros los que nos encontramos al borde del abismo, es nuestro hogar el que peligra, y si lo perdemos, hoy por hoy no habrá lugar donde refugiarnos de nosotros mismos. El problema es la ausencia de gratificación inmediata. Si apenas tenemos el presente, ¿por qué sacrificarnos por un futuro que no conoceremos?. Ante esta certeza, que no viviremos para ver los frutos de nuestros actos, la tentación de negar el nexo entre estímulo y reacción moral es muy fuerte, y surgen posturas como las de aquellos que se niegan abrir los ojos y que manifiestan una oposición frontal a cualquier mención de la gravedad de los problemas medioambientales y la desesperada necesidad de cambios profundos.

La magnitud del reto ante el que nos encontramos es pues enorme, tan enorme como la asombrosa capacidad, el increíble milagro de la naturaleza humana. Y es que es ahora, en los tiempos más difíciles, cuando no hemos de perder la esperanza, pues no debemos olvidar que, como recoge la escritura china, en la que la palabra para crisis utiliza a la vez los caracteres de peligro y oportunidad, es en los peores momentos en los que somos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos. Así funciona la propia naturaleza, pues la evolución, el proceso que nos ha permitido llegar hasta aquí y ser lo que somos, no es sino la capacidad de adaptación a los cambios.

Tenemos en nuestras manos la llave del futuro, un futuro que puede superar todo lo imaginable. La unidad, el fin de las fronteras para dar paso a una sola Tierra-patria;  la sustitución definitiva del tener por el ser; e incluso del nacimiento de una nueva ideología, una nueva conciencia, humanista, antropológica (somos uno sólo) y ecológica (pertenecemos a un todo, la Tierra). ¿Utopía? Por supuesto, y sin embargo, en nosotros está decidirlo. El futuro, ahora más que nunca, es nuestro.
 

domingo, 25 de abril de 2010

Gatos sin blanca.

Podría no haber sido Madrid, podríamos no haber sido nosotros. Y sin embargo, hoy somos gatos, gatos hambrientos de un hambre que engulle soportales, farolas, papeleras y bancos, engulle los adoquines y la oscuridad que se cuela por las alcantarillas. Es hambre de vida y de tiempo, porque las ancianas caminan cabizbajas y su silencioso reproche lame sobre la piel fresca y húmeda , nos acaricia el rostro. Porque no durará la sangre incendiada embistiendo la frontera de la pulpa de los labios, y por eso, antes de de que se pierdan los inviernos encendido a mordiscos en los soportales, antes de que sea sólo el polvo de los huesos de aquellas viejas cabizbajas, sólo el polvo y el reproche por el instante que murió sin haber nacido, seremos gatos.

Gatos perdidos y encontrados, gatos circunstanciales por estas calles, devorando el tiempo a mordiscos, quemándonos, destrozándolos, ronroneando en ondas de seda y sangre en las sábanas, arañando mañanas de ausencia en las cajas de galletas. Y como gatos, sobreviviremos a Madrid, a las clases magistrales, a la guerra sin cuartel de los lunes por la mañana, a las tazas de café con leche apilándose en el fregadero, a los sandwiches envasados, a las cucharillas del Ikea y a las horas vacías en el inevitable desafío al orden establecido.

Y que sea ésto un cajón desastre para los días de viento. Reflexiones, aventuras y desventuras, locuras, consejos, artículos, relatos y experiencias...ficciones de nuestras vidas de universitarios madrileños, un lugar donde contar, pegar y cuajar de algún modo lo que algún día serán los mejores años de nuestras vidas.

Respecto a su supervivencia sólo puedo decir que esta sin duda será tan improbable como la nuestra.